viernes, 19 de junio de 2009

En la magnífica residencia ubicada en la Plaza de Armas de esta Ciudad, en la cual moraba el riquísimo minero D. Manuel de Reitegui, con su familia, se daba una suntuosa recepción, para festejar los veinte abriles que acababa de cumplir su bella hija, Dulce Nombre de Reitegui y Peñaloza.

En los amplios salones resplandecientes de luz, se había reunido lo más granado de la sociedad de aquel entonces, hermosas damas ricamente ataviadas, caballeros con trajes de etiqueta, militares en traje de gala; todos tributaban sus homenajes a la gentil Dulce Nombre, que con un traje principesco era la reina de la fiesta, y recibía los parabienes con una dulce sonrisa.

Pero a pesar de su hermosura y sus riquezas, Dulce Nombre, no era feliz. Un buen observador hubiera notado huellas de llanto en sus pupilas de cielo y bajo la máscara de su sonrisa, un rictus de amargura.

¿ Por qué la Princesita rubia no era feliz?

Dos años hacía que amaba con locura a un bizarro oficial, intimo amigo de Manuel María, su único hermano, que se educaba en el Real Colegio de S. Ildefonso, regenteado por los P. P. de la Compañía de Jesús.

Francisco de Gálvez, era su nombre; sobrino del Visitador D. José y sus amores eran del gusto de las dos familias, ni una nube se interponía entre ellos pero un día...

Legó el fatídico Decreto de S. M. Carlos III, ordenando la expulsión de los Jesuitas y el teniente Francisco de Gálvez recibió orden de su tío, para notificar el decreto a sus antiguos profesores y custodiados hasta el Puerto de Veracruz, de donde saldrían para el lugar de su destierro.

Profunda indignación causó la orden en las familias cristianas de la República, la familia de D. Manuel de. Reitegui, herida en sus sentimientos de católicos fervientes, rompió a compromiso matrimonial de Dulce Nombre, con Francisco de Gálvez.

Ella no se rebeló, hija amantísima y sumisa, acató la voluntad paterna, resignadamente y bajo una aparente serenidad ocultó sus sentimientos, porque a pesar de todo amaba a Francisco, con todas las fuerzas de su corazón.

Cuando supo el proyecto de la fiesta en su honor, quiso oponerse, pero temerosa de traslucir su honda amargura, aceptó el homenaje con aparente alegría.

Días más tarde estalló un movimiento de protesta en varias partes de la República por la expulsión de los Jesuitas, cuyos beneficios eran incontables; Manuel María encabezaba uno de los levantamientos; el Visitador se puso al frente de un numeroso ejército, para sofocar la rebelión, y quiso el destino que Manuel María, fuera ejecutado por un pelotón mandado por el Capitán Francisco de Gálvez.

Sí el dolor de los señores de Reitegui, fue inmenso, a Dulce Nombre le causó la muerte.

Y allí quedó expuesta en el amplio salón engalanado con colgaduras blancas, en un lecho de azucenas, tan puras como su alma.

Los inconsolables padres, fueron a esconder su dolor a “MADRE PATRIA”, de donde nunca regresaron, sus bienes quedaron bajo la custodia de su apoderado; y muchos años más tarde fue vendida la colonial residencia, a nuestro gobierno, para Palacio del Poder Legislativo, hasta nuestros días.